martes, 26 de junio de 2012

Cantares del regreso, Vol. 19

El segundo relato de Ylgermet

Cuando la batalla final del paso del yermo finalizó, y la nieve al derretirse arrastró la sangre de los elfos de vuelta al mar, las tripulaciones del Kaal Kaaz, el Sador Reyth, y la más exaltada de las tripulaciones de la flota de nuestro señor, la del Ylgermet, al fina separaron sus caminos para no volver a unir sus escudos jamás. Se alejaron así, no con dolor, sino con la alegría de saber que el corazón propio puede viajar en el pecho de otro. Así era el amor que se profesaban entre sí los primeros de los Quinientos, y especialmente hacía el gran Ysgramor, el heraldo de todos nosotros.

Pusieron rumbo al este, en busca del mar, y entonces toparon con el túmulo de Yngol, el poderoso hijo de Ysgramor que cedió a los antojos de Kyne antes que a la traición de los elfos. Nuestro señor no esperaba volver a verlo tan pronto y, al hacerlo, su aflicción regresó de nuevo con fuerza, como una herida que se abre y sangra igual que cuando fue infligida

Sus ojos se volvieron al sur, donde el río se reúne con el mar, y decretó que allí sería donde él y la tripulación del Ylgermet crearían una gran ciudad, un monumento a la gloria de la humanidad, con un palacio desde el que pudiera divisar por encima de las montañas la morada final de su hijo, y sentir que su linaje conocería la paz en ese nuevo hogar, desconocido para Atmora.

Se ordenó trabajar a los prisioneros elfos, a cargar piedra para construir al estilo del conquistador. Muchos elfos murieron en la edificación de la ciudad, a muchos exterminó la tripulación del Ylgermet en su camino hacia ella, e Ysgramor exigía cada vez más y más a los pobres miserables, para construir más alto, para dominar el río de forma que nadie pudiera adentrarse en este tierra sin mostrar antes el debido respeto a su amo y señor.

Así se construyó el gran puente, que franqueaba el río para que ningún elfo pudiera nunca entrar sin ser visto a vengar a sus malévolos primos. El puente era largo, y el palacio alto, con capiteles que llegaban al cielo para demostrar su dominio sobre todos los vientos que habían traído tanta tristeza.

En las profundas cavidades que yacían bajo la ciudad, se preparó una gran tumba para el momento en que Ysgramor, el heraldo de todos nosotros, fuera llamado al glorioso hogar de Sovngarde. Mas, por lo que sabemos, él eligió ser enterrado en la costa, hacia Atmora, para que, aunque su corazón viviera y muriera en esta nueva tierra, pudiera por siempre anhelar la verde belleza de Atmora, antes de que el hielo se la llevara.

Así se fundó Ventalia, la ciudad de los reyes, aunque su historia es larga, y su gloria no acaba con su fundador.

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